LA CIENCIA POR GUSTO

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La ciencia por gusto

Las razones del laicismo

Martín Bonfil Olivera
25 de abril de 2007

Uno de los requisitos esenciales para hacer ciencia es adoptar lo que el biólogo Jacques Monod llamó "principio de objetividad": la necesaria suposición de que detrás de los fenómenos de la naturaleza no hay ningún proyecto o plan. Las cosas no ocurren porque alguien así lo haya planeado; no ocurren "para" algo.

Otros pensadores han ampliado el requisito a lo que se conoce como "visión naturalista": la ciencia tiene que dar por hecho que no existen entidades o fenómenos que estén fuera del mundo natural (sobrenaturales). Esto incluye, por supuesto, la intervención de dioses, ángeles o espíritus de cualquier tipo.

La ciencia es, entonces, "laica" en este sentido. Y lo es por necesidad: para hacer ciencia, para descubrir las regularidades de la naturaleza y poder explicar y predecir los fenómenos que en ella ocurren, tiene que asumirse que tales regularidades existen. Si se cree que las cosas ocurren con sólo desearlas, o que en cualquier momento puede presentarse un milagro o la intervención de un ser mágico, sería imposible hacer experimentos confiables para obtener datos con los cuales confirmar o refutar las teorías científicas. (Por supuesto, la ciencia no busca probar que no exista Dios; sólo hace como si no existiera. No tiene problema con creer en un dios abstracto, siempre y cuando no intervenga en el mundo.)

Y lo cierto es que, hasta ahora, el método científico ha funcionado excelentemente: ningún otro puede competir con él para generar conocimiento sobre la naturaleza.

Las razones por las que las modernas sociedades democráticas son laicas está relacionada con este laicismo naturalista de la ciencia. Los revolucionarios franceses, los padres de la patria estadunidense y los constitucionalistas mexicanos de 1857 reconocieron que, para que un Estado democrático fuera justo, las decisiones que tomara para regir a sus ciudadanos tendrían que estar basadas en el conocimiento más confiable que estuviera disponible.

Es por ello que todavía en la Constitución actual se ordena, por ejemplo, que la educación pública se mantenga "por completo ajena a cualquier doctrina religiosa" y esté basada "en los resultados del progreso científico".

Ante la polémica por temas como el aborto y la eutanasia, conviene recordar que, más allá de la fe personal, hay buenas razones para que las decisiones de gobierno se tomen independientemente de creencias religiosas.



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La ciencia por gusto

Almas

Martín Bonfil Olivera
2 de mayo de 2007

Al menos fue sincero Norberto Rivera cuando invitó a desobedecer la ley que despenaliza el aborto. No apeló a una inexistente "ley natural"; dijo abiertamente que "el ser humano pertenece a Dios desde el inicio de su existencia (...) y por ello su vida siempre es sagrada e inviolable". Admite que su argumento es religioso. No vale pues para quien no crea en su dios, ni en un Estado laico.

Pero no fue coherente, pues añadió que su "verdad" es "confirmada por las evidencias que proporciona la observación honesta y no manipulada ideológicamente del desarrollo embrional (sic)". ¿Pensará que la ciencia confirma que los seres humanos "pertenecemos" a su dios?

Por su parte, la Arquidiócesis de México, mientras vociferaba sobre "comer la carne inmolada de los ídolos" (!), hizo el ridículo al advertir a Marcelo Ebrard del grave peligro que corría su alma por su excomunión... sólo para ser desmentida por el Vaticano.

Por siglos, sólo la religión tenía autoridad para hablar sobre el alma (y usarla como amenaza). Pero la ciencia avanza que es una barbaridad, y hoy, con nuevas herramientas, aborda fructíferamente ese fenómeno, que también llamamos "yo", "conciencia" o "mente".

Lo que nos da un sentido de existencia propia, lo que permite a Descartes ­y a todo ser autoconsciente­ decir "pienso, luego existo", actualmente se estudia no como esencia inmaterial, espíritu, sino como complejísimo fenómeno natural que emerge del funcionamiento del cerebro.

El paso de la neurología y la psicología a los modernos estudios sobre la conciencia ha permitido generar teorías que explican cada vez con más detalle las funciones características del "alma". El filósofo Daniel Dennett, por ejemplo, en La conciencia explicada (Paidós, 1995) presentó un modelo esencialmente completo ­aunque no necesariamente correcto­ de cómo el cerebro genera, mediante complejos procesos recursivos en varios niveles, el yo. Douglas Hofstadter, quien presentó la idea original en su clásico Gödel, Escher, Bach (Tusquets, 1989) hoy retoma la idea en su nuevo libro, I am a strange loop (Soy un bucle extraño, Basic Books, 2007).

Y el filósofo André Compte-Sponville, en El alma del ateísmo (Paidós, 2006) defiende el derecho de quienes no creemos en espíritus a tener alma y espiritualidad. Parece, pues que el reinado de la religión sobre las almas está condenado a terminar pronto. ¡Enhorabuena!



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Experimentar con animales

Martín Bonfil Olivera
9 de mayo de 2007

La ciencia ha tenido, a lo largo de la historia, la virtud de provocar polémicas. Quizá las más acaloradas surgen cuando el interés científico se topa con consideraciones éticas. El beneficio potencial del nuevo conocimiento se confronta con el costo de la investigación científica (en dinero, deterioro ambiental, posibles aplicaciones bélicas, y especialmente, sufrimiento causado a los organismos utilizados en los experimentos).

Para hacer investigación biológica o médica muchas veces se requiere experimentar con animales. Algunas personas opinan que este tipo de investigación debiera prohibirse, por ser inmoral; otros argumentan que lo inmoral sería no hacerla, pues se estaría perdiendo la oportunidad de evitar el sufrimiento que causan las enfermedades. A veces el debate degenera en batalla: aún existen grupos de activistas que destruyen laboratorios en los que se experimenta con animales.

Para intentar convertir la estéril discusión de todo o nada en un tema más objetivo, el investigador David G. Porter, de la Universidad de Guelph, en Canadá, planteó hace 15 años (Nature 356, p. 101) una escala para evaluar la pertinencia de realizar estudios con animales.

Porter proponía varios criterios, con valores aproximados, para hacer un balance costo-beneficio en cada caso. Entre ellos, el objetivo del experimento (no es igual una investigación que busca salvar vidas que una que se hace por simple curiosidad); la especie que se usará (no es lo mismo un molusco, con sistema nervioso rudimentario, que un primate con corteza cerebral avanzada); una estimación del dolor que se provocará al animal; la duración de éste (una inyección duele mucho, pero dura poco); la duración total del experimento en relación con la vida del animal (unos meses son mucho para un organismo que vive pocos años); el número de animales usados (no es igual causar sufrimiento a un animal que a cientos); la calidad de los cuidados que se ofrecerán a los animales, y si se trata de especies en peligro de extinción.

Hay quien piensa que el hombre es el rey de la creación, y tiene derecho de disponer de los animales a su gusto. Hay quien cree que los temas éticos no pueden matizarse, pues son absolutos. Propuestas racionales como la de Porter muestran que a veces los argumentos científicos permiten avanzar en discusiones donde los dogmatismos sólo sirven como obstáculo.


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P.D Por cierto, me voy a reunir en breve con el autor de esta columna para ver la posibilidad de abrir un espacio sobre Escepticismo en Universum. Las propuestas son bienvenidas.





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Latinoamérica científica

Martín Bonfil Olivera
16 de mayo de 2007

Viajar ilustra, ni duda cabe. Este columnista regresa de la décima Reunión de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe (Red-POP), en la bella San José de Costa Rica, a la que asistimos 180 comunicadores de la ciencia de 20 países, predominantemente latinoamericanos.

Además de compartir experiencias, pude apreciar, con admiración y envidia (de la buena: la que nos hace aspirar a ser mejores) la alta apreciación por la ciencia y la tecnología que hay en muchos de estos países. Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, Nicaragua, Venezuela y tantos otros, que enfrentan problemas económicos iguales o peores que los nuestros, tienen sólidos esfuerzos, apoyados por sus gobiernos, para mostrar a sus ciudadanos la importancia de la ciencia y la técnica para el progreso social.

Lo que más llamó mi atención fueron las acciones concretas, el provecho que estos países están sacando de la relación múltiple que puede establecerse entre naturaleza, ciencia, tecnología y sociedad. Hay gran interés por los temas ambientales, y se generan recursos y conciencia social a través, por ejemplo, de la creación de reservas biológicas o parques nacionales, y del popular ecoturismo (para el que Costa Rica, mientras protege sus abundantes bellezas naturales, se ha convertido en destino obligado).

Los ticos también han sabido sacar provecho de sus riquezas a través de la biotecnología, colaborando con instituciones estadunidenses mediante convenios que protegen su patrimonio biológico y permiten aprovecharlo para beneficiar al país. A través de instituciones como el Centro Nacional de Alta Tecnología (CENAT), Costa Rica ha establecido un sistema científico-tecnológico-industrial provechoso y adaptado a sus necesidades.

Un ejemplo: el astronauta estadunidense-costarricense Franklin Chang Díaz, más allá de haber colaborado con la NASA desde 1980, se ha convertido en un verdadero icono del progreso nacional para sus compatriotas. Cualquier taxista en San José lo conoce, y puede explicar que actualmente está trabajando en la elaboración, en Costa Rica, de un motor magnético de impulso por plasma (¡en serio!) que podría reducir un viaje a Marte de diez meses a sólo cuatro.

Caray... ¿por qué se queda uno con la sensación de que en México estamos desperdiciando la oportunidad de hacer cosas como éstas? No hay duda: viajar ilustra.



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Ciencia, tecnología e innovación

Martín Bonfil Olivera
23 de mayo de 2007

Comparado con lo que sucede en otros países de Latinoamérica, en México hacemos menos de lo necesario a favor de la ciencia y la tecnología.

La ciencia se enseña en escuelas y universidades y se divulga al público, pero no basta. Ciudadanos, funcionarios y gobernantes no tienen una cultura científica que les permita, más allá de curiosidades, entender qué es la ciencia, su importancia, cómo funciona y por qué su desarrollo nos puede permitir (un día) apoyarnos en ella, como los países de primer mundo.

El investigador argentino-mexicano Marcelino Cereijido se queja este mes en la revista Ciencias (ganadora del premio de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe) de que la comunidad científica mexicana, que hace 30 años, cuando llegó, era pujante, hoy está aplastada por una burocracia corta de miras que exige resultados a corto plazo. Concluye que urge educar a políticos y funcionarios para que entiendan qué es la ciencia.

Pero hay esperanza: el lunes asistí a la presentación del primer borrador de la nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación, que el Foro Consultivo Científico y Tecnológico presentará al Conacyt en agosto próximo.

La propuesta luce prometedora, y se enriquecerá con aportaciones de diversos sectores. Es notorio su énfasis en la innovación: vinculación con el sector productivo para crear riqueza y empleos. Esto tendrá que ir acompañado de la comprensión profunda que pide Cereijido, para no caer en el error de ignorar que una ciencia básica amplia, sólida y de calidad es la raíz indispensable para desarrollar el árbol científico-tecnológico-industrial cuyos frutos anhelamos.

Inquieta un poco la insistencia con que el sector industrial pide recursos públicos cuyo destino natural son más bien las instituciones de investigación. Como comentaba aquí ayer Arturo Barba, hay casos en que estas peticiones sólo benefician a las empresas o resultan ser trucos para pagar menos impuestos.

Finalmente, sería deseable que la ley incluyera la propuesta de un plan de divulgación científica a nivel nacional, importantísimo para lograr interés, comprensión y compromiso de ciudadanos y gobernantes hacia la ciencia y la técnica.

No dudo que, con la participación de todos, el proyecto se enriquecerá y perfeccionará. Ojalá sea adoptado y, sobre todo, aplicado por el gobierno actual.



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La felicidad...

Martín Bonfil Olivera
30 de mayo de 2007

Cuando uno está muy triste, la felicidad de otros puede ser intolerable. Llega uno a desear que dejen de estar tan felices. Un artículo aparecido hace 15 años podría ayudar a los tristes, al menos, a dejar de sentirse mal por no ser felices.

El trabajo se publicó en 1992, en el Journal of Medical Ethics (v. 18, p. 94). Se titula "Propuesta para clasificar a la felicidad como alteración psiquiátrica", y su autor es Richard Bentall, psicólogo de la Universidad de Liverpool.

Bentall da una serie de razones por las que, ateniéndose a la ortodoxia en salud mental, no queda más remedio que clasificar a la felicidad como enfermedad en los manuales diagnósticos (propone el nombre de "Alteración afectiva mayor, de tipo placentero").

En primer lugar, es una condición anormal: no se conforma a la norma. Las personas felices son una muy pequeña minoría. Pero además, la felicidad lleva asociadas alteraciones del comportamiento y de las capacidades cognitivas y afectivas.

Quienes la padecen tienden a exagerar los aspectos positivos de la vida, en especial de sus propias capacidades, y suelen incurrir en comportamientos impulsivos, irresponsables o riesgosos: hacen cosas que nunca harían en condiciones normales.

La alteración afectiva mayor de tipo placentero conlleva manifestaciones físicas características; la más obvia es la distorsión de los músculos faciales conocida como "sonrisa".

Revela también una alteración cerebral: la administración de drogas como alcohol o anfetaminas, así como la estimulación de ciertas áreas de la corteza cerebral, producen artificialmente la sensación de felicidad.

Este desequilibrio emocional se caracteriza también por ser irracional, lo cual, junto con los otros criterios expuestos, lo equipara a otras alteraciones psiquiátricas como la psicosis o la depresión. Al final, el único criterio para rechazar la definición de felicidad como enfermedad sería el alto valor social que le concedemos (lo cual, según Bentall, podría remediarse abriendo clínicas para combatir el padecimiento).

Como todo provocador inteligente, lo que Bentall buscaba con su socarrón artículo era poner a pensar a sus colegas en qué tan adecuadas son las definiciones tajantes y excesivamente rigurosas de las enfermedades mentales. A mí y a otros nos hace preguntarnos si no estaremos, como sociedad, un tanto obsesionados con la famosa búsqueda de la felicidad.


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Dos buenas noticias

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 6 de junio de 2007

La ciencia y la tecnología comienzan a figurar en la agenda política nacional (aunque no en el Plan Nacional de Desarrollo). Pude atestiguarlo el viernes en la presentación del nuevo Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyT-DF), y el lunes en el Segundo Seminario Regional sobre Innovación, Vinculación y Educación Pertinente, organizado en Guadalajara por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico.

Aunque se trata de proyectos diversos, uno local y otro nacional, comparten convicciones fundamentales: que ciencia y tecnología son vitales para el progreso del país, y que para aprovecharlas hay que vincularlas con la sociedad.

El ICyT, planea hacerlo mediante una agenda triple (científica, tecnológica y de socialización de la ciencia) que fortalezca el desarrollo de la ciencia y la técnica, y aplicarlas a buscar soluciones a los problemas de la ciudad (transporte, contaminación, seguridad…), así promoviendo la cultura científica del ciudadano a través de la educación y la divulgación.

Por su parte, el seminario del Foro Consultivo (y otros seminarios regionales que se realizarán) buscó identificar metas, acciones y estrategias para promover el desarrollo económico y el bienestar social. El Foro también presentará en agosto una propuesta de nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación al CONACYT.

Frente a la propuesta quizá más diversa y equilibrada del ICyT-DF, el Foro Consultivo –en el que participan los sectores académico, gubernamental e industrial– hace énfasis en los aspectos económicos. El concepto mismo de “innovación” se maneja como la vinculación de la producción de conocimiento científico y técnico con el sector productivo para la generación de riqueza. Lo cual es más que razonable, pero será importante evitar excesos como los de algunos participantes del seminario, que llegaron a mofarse de la investigación científica básica “que no toma en cuenta los intereses del cliente”.

Para generar la innovación que se desea y mejorar el nivel de bienestar de nuestros ciudadanos, todos los sectores tendrán que entender la naturaleza de la investigación científica. Es indispensable apoyar la investigación básica de calidad, académico, y no querer reducir la ciencia a mera generadora de soluciones para problemas prácticos. ¡No sólo la ciencia que produce dinero o cuida el ambiente es importante!


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El derecho a la ciencia


Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 13 de junio de 2007

No puede negarse: la cultura científica es indispensable para el ciudadano.

No sólo por su utilidad práctica para dar sentido a los avances científico-técnicos que nos asedian. También porque el pensamiento científico es una herramienta incomparable para buscar soluciones reales a problemas en todos niveles (personal, laboral, social, global…). ¿Cómo resolver una discusión, encontrar trabajo, combatir el desempleo o el calentamiento global? ¿Conviene recurrir al pensamiento mágico –ese archienemigo de la razón– o buscar soluciones racionales basadas en la evidencia y la experiencia comprobable?

Desgraciadamente, la ciencia y el modo de pensar que la hace posible gozan de poco aprecio. En la revista Science del 18 de mayo, Paul Bloom y Deena Skolnik, de la Universidad de Yale, advierten que el rechazo a la ciencia tiene dos fuentes principales: el conocimiento previo, muchas veces adquirido en la infancia, y lo que se acepta como conocimiento de sentido común en una sociedad.

El conocimiento científico a veces contradice lo que indica la intuición. Las cosas, contradiciendo a Newton, parecen moverse sólo mientras las empujemos; la evolución darwiniana es un proceso ciego y azaroso, pero uno tiende a pensar que todo en el mundo tiene un objetivo; la dualidad entre cerebro y mente (o “alma”) parece natural, aunque las neurociencias muestran claramente que es falsa.

Bloom y Skolnik concluyen que es esperable encontrar en los niños una resistencia a las ideas científicas, pues tienden a chocar con el conocimiento intuitivo. Esta resistencia persiste y se convierte en rechazo si en su comunidad la ciencia es poco apreciada y se da crédito a creencias de tipo místico (creacionismo, horóscopos, hechicería). No ofrecen soluciones, pero su reflexión pone a pensar.

Afortunadamente, en nuestro país existen iniciativas que buscan reforzar la apreciación y comprensión pública de la ciencia, como el programa “La ciencia en las calles” que lanzará el próximo viernes y sábado el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal en la plaza 23 de mayo, junto a Santo Domingo, en el centro histórico, donde como invitación a la cultura científica los ciudadanos podremos disfrutar de conferencias, talleres, obras de teatro y otros eventos. Enhorabuena por la iniciativa, que fortalece el derecho de los ciudadanos a la ciencia. ¡Asista usted!
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Genoma: no todo son genes

Martín Bonfil Olivera
20 de junio de 2007

No deja de dar sorpresas el genoma. La más reciente, ya comentada aquí por Horacio Salazar, proviene del proyecto "Enciclopedia de elementos del ADN" (ENCODE), y se publicó la semana pasada en las revistas Nature y Genome Research.

Lo primero que llama la atención de este proyecto internacional, en el que participan 308 investigadores de 10 países (ninguno de Latinoamérica), es que estudia, por raro que suene, la parte del genoma que no son genes.

Y es que la imagen del genoma como conjunto de genes ­cadenas de ADN con instrucciones para fabricar proteínas, las moléculas que hacen funcionar la célula­, es ya obsoleta. La misma palabra "genoma" conlleva este prejuicio "genocéntrico", como si los genes fueran todo lo que hay. Hoy se habla también del proteoma (conjunto de proteínas que produce la célula) y el transcriptoma, o conjunto de moléculas de ácido ribonucleico (ARN, el primo del ADN) que actúan como mensajeras entre el núcleo y la fabricación de proteínas.

Se sabe que hasta un 97% de la información contenida en el ADN humano no se utiliza para producir proteínas. Se le llamó "ADN chatarra", pero hoy se sabe que incluye muchísimos "elementos funcionales", tramos de información cuyo papel es central para el funcionamiento del organismo. Entre ellas, regiones reguladoras que controlan qué genes se activan y cuándo, y otras involucradas en el enrollamiento y desenrollamiento del ADN durante el ciclo celular (una sola célula humana contiene en su núcleo alrededor de un metro de ADN, que cuando no está siendo "leído" se empaqueta de forma extremadamente compacta).

Gran parte del "ADN chatarra" está activo, produciendo ARN, aunque no se traduzca en proteínas. ENCODE ha logrado, tras cuatro años y más de 42 millones de dólares, analizar detalladamente, con técnicas moleculares y computacionales, los elementos funcionales del uno por ciento del genoma humano (unos 30 millones de letras).

Entre otras cosas, ha descubierto que la evolución del genoma es más compleja de lo que se creía. Tramos cuya función es importante mutan con gran frecuencia, contrario a lo esperado; inversamente, tramos muy conservados evolutivamente parecen no cumplir ninguna función. Sin duda, las sorpresas seguirán conforme avance el proyecto, haciendo que nuestra visión del genoma se vuelva más compleja, pero también más útil.



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¡Al diablo las leyes!

Martín Bonfil Olivera
27 de junio de 2007

Hay quien piensa que las leyes humanas están hechas para violarse. Pero al menos queda el consuelo de pensar que sicarios, funcionarios corruptos y ciudadanos gandallas no pueden sustraerse a las leyes naturales, que se cumplen siempre y en todo lugar y no admiten excepciones.

Por más que uno quiera volar como Supermán, la gravedad se lo impide; y no se puede construir una máquina de movimiento perpetuo porque la segunda ley de la termodinámica lo prohíbe. Pareciera que estas leyes están "escritas" en la naturaleza, y que la labor del científico es simplemente descubrirlas.

Pero la historia de la ciencia muestra que cada vez que creemos haber descubierto las leyes naturales, encontramos luego que estábamos equivocados. Las leyes de Kepler fueron sustituidas por las de Newton, y éstas por las ecuaciones de Einstein. Cuáles son las "verdaderas"?

Por otro lado, suponer que todas las leyes de la naturaleza son tan universales y absolutas como las leyes de la física implicaría que ciencias como la química o la biología son menos "científicas", pues no tienen leyes de este tipo. La ley periódica que explica las propiedades de los elementos químicos no es rigurosa, sino aproximada; y las llamadas leyes de Mendel sólo se cumplen en ciertos casos. La cosa empeora si hablamos de ciencias médicas, donde la efectividad de un tratamiento sólo puede estimarse estadísticamente, no asegurarse, o ciencias sociales, donde un determinismo como el de la física es sólo posible en la ciencia ficción (por ejemplo, la "psicohistoria" de la trilogía de Fundación, de Isaac Asimov). En realidad ni siquiera las leyes de la física se cumplen siempre rigurosamente, sino sólo en condiciones experimentales muy restringidas, y hay situaciones en donde no son aplicables (por ejemplo, en el big bang, o cerca de un agujero negro).

Ante estos problemas, algunos filósofos de la ciencia optan por rechazar de plano la existencia de leyes naturales; mandarlas al diablo. Otros aceptan que existen, pero que no son realmente universales, sino construcciones conceptuales válidas en ciertos contextos limitados (algunos más limitados que otros), donde nos permiten darle sentido a la realidad, predecirla y manipularla.

En resumen, las leyes son útiles cuando nos convienen, y cuando no, inventamos otras mejores. Algo para pensar.


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Cómo reprogramar una célula

Martín Bonfil Olivera
4 de julio de 2007


¿Biología sintética? Suena a ciencia ficción, de esa en que un científico loco juega a ser dios. J. Craig Venter es ciertamente un científico, y también es bastante loco. Pero un loco genial, que descifró el genoma humano por medios poco ortodoxos, pero efectivos y rápidos, y ha analizado los genomas de microorganismos marinos que ni siquiera se sabía que existieran, en los que espera hallar genes útiles para el ser humano.

Otro sueño loco de Venter es fabricar células artificiales a partir de "células mínimas", con sólo los genes indispensables para funcionar, e insertándoles otros genes que les permitan producir sustancias útiles, como biocombustibles, para convertirlas en fábricas vivientes... Algo parecido a lo que ya se hace mediante la ingeniería genética, pero mucho más avanzado y ambicioso.

Una pregunta importante es qué tanto se puede "reprogramar" a una célula. Aunque esto se ha logrado en células animales mediante la técnica de transplante de núcleo, que permitió obtener a la oveja Dolly. Se transplantó el núcleo de una célula de la oveja original a otra célula (sin núcleo) de una oveja de raza distinta, y el resultado fue un duplicado exacto, un clon. Venter quería probar con células bacterianas, que no tienen núcleo y son más simples y manejables.

Lo que hizo el equipo encabezado por John Glass, del Instituto Venter (Science, 28 de junio), fue aislar y purificar el genoma completo (una gran molécula circular de ADN) de la bacteria Mycoplasma mycoides e introducirlo en células de su prima cercana, Mycoplasma capricolum.

Lo primero se logró mediante una nueva técnica muy delicada, que evita romper las frágiles moléculas de ADN. Lo segundo, ni siquiera Venter y su equipo saben bien cómo funcionó. Simplemente, utilizaron una sustancia (polietilenglicol) que hace que unas células se peguen con otras y, luego de un tiempo, descubrieron que algunas células de M. capricolum absorbieron el genoma de M. mycoides, que reemplazó de algún modo el suyo propio. Convirtieron así a una bacteria de una especie en una de otra especie.

Dice el filósofo Daniel Dennett que el transplante de cerebro es el único en el que uno quiere ser donador, no receptor. El logro de Venter y su equipo es algo equivalente: un transplante de genoma. Ya veremos los posibles alcances y aplicaciones que tiene esta nueva técnica... y los dilemas bioéticos que despierta.



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Martín Bonfil Olivera
11 de julio de 2007

El Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades 2007, otorgado a las dos revistas científicas más influyentes del mundo, la británica Nature y la estadunidense Science, permite comentar el papel que las revistas cumplen en el complejo laberinto sociopolítico de la ciencia moderna.

El jurado que otorgó el premio -donde participan, entre otros, el periodista Álex Grijelmo, defensor del uso correcto de la lengua, y un señor que tiene el sorprendente nombre de Pedro Páramo- afirmó que "ambos semanarios constituyen el canal de comunicación más solvente que tiene hoy la comunidad científica internacional para dar a conocer, tras el filtro de una irreprochable y minuciosa selección, los más importantes descubrimientos e investigaciones de muy diversas ciencias y difundir al mismo tiempo, conjugando rigor y claridad expositiva, las teorías y conocimientos más elevados".

Y en efecto, son las revistas científicas más leídas del mundo. Y eso las hace muy poderosas. Pero no necesariamente todo es "irreprochable" en el mundo de las publicaciones científicas. En sus largas historias (Nature fue fundada en 1869, hace 138 años, y Science hace 127, en 1880), ambas revistas han publicado avances sensacionales, como la estructura en doble hélice del ADN o la clonación de Dolly la oveja. Pero también han tenido sus pequeños escándalos, como cuando un artículo que demostraba la contaminación del maíz criollo de Oaxaca con genes provenientes de maíz transgénico fue publicado en Nature y luego retirado... nunca se supo si con presión del gobierno mexicano o de transnacionales biotecnológicas de por medio.

Parecería raro que dos revistas dirigidas a expertos (90% de lo que publican está en lenguaje técnico ) reciban un premio de comunicación. Pero lo cierto es que, aunque no sean accesibles al gran público, sí son las principales proveedoras de información científica para los medios masivos. Contribuyen así a democratizar el conocimiento científico.

En resumen, aunque hay revistas mucho más importantes (según su factor de impacto, es decir, el número de veces que los artículos que publican son citados) que Science y Nature, hay que reconocer que pocas tienen su influencia social, dentro y fuera de la comunidad científica. Por ello, enhorabuena por un premio bien merecido que pone a la comunicación de la ciencia en primera plana.


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Hola. Les comparto la columna de esta semana. Saludos.




MILENIO DIARIO
La ciencia por gusto

El descaro de Margarita Zavala

Martín Bonfil Olivera
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Si yo, querido lector, lo invitara a cenar a mi casa y al abrirle la puerta le pidiera que no se robara nada, usted se molestaría: los demás invitados pensarían que ya me ha robado. El comentario implica veladamente, si no una acusación, al menos una sospecha.

Cuando leo en Milenio Diario (11 de julio) que "La esposa de Calderón insta a poner la ciencia ‘al servicio de la vida’", me siento con derecho a indignarme. ¿Pensará que está en contra de la vida?

Margarita Zavala visitó las instalaciones del Instituto Nacional de Medicina Genómica, donde trabajan especialistas de excelencia formados con rigor para servir a la nación realizando investigación en genómica, proteómica y otras ramas de frontera que prometen revolucionar el cuidado de la salud.

En su visita, Zavala exhortó a los investigadores a efectuar "investigaciones honestas y responsables, cuyo sujeto sea la persona humana". Y añadió que la ciencia y la tecnología "siempre fueron instrumentos al servicio de la vida". ¿Insinúa la señora que las ciencias genómicas no están al servicio de la vida, o que las investigaciones del INMEGEN no son honestas?

En realidad, el mensaje oculto de Zavala hace referencia a esa tramposa "cultura de la vida" que el Vaticano esgrime para negar el derecho a disponer del propio cuerpo (anticoncepción, aborto, eutanasia, clonación, investigación con células madre...). No me extraña, en estos tiempos panistas en que la iglesia católica se descara y va por todo contra el estado laico. En su búsqueda de poder, los jerarcas eclesiásticos dicen combatir un "jacobinismo decimonónico" ¡para regresar a un estado confesional del siglo XVII, anterior a las leyes de reforma!

Mientras, un obispo afirma cínicamente (17 de junio) que "En México hubo manoseos, no violaciones", y la Conferencia del Episcopado Mexicano inaugura el Congreso Nacional de Exorcistas. Al parecer, a la iglesia le resulta más fácil creer en demonios y espíritus que en el bien documentado abuso sexual a menores.

En medio de todo ello, insinuar que la investigación biomédica pueda no estar al servicio de la vida es pura mala voluntad.

¡Mira!

Quizá el mejor antídoto contra la ambición eclesiástica sea leer La puta de Babilonia (Planeta, 2007), erudita diatriba del espléndido novelista colombiano Fernando Vallejo. Lectura esclarecedora, necesaria y divertida.


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La columna "La ciencia por gusto", de Martín Bonfil Olivera, aparece todos los miércoles en el periódico Milenio Diario. Puedes leerla en http://lacienciaporgusto.blogspot.com/
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Y aquí les comparto la columna de esta semanita. Saludos




MILENIO DIARIO
La ciencia por gusto

Cultura tramposa

Martín Bonfil Olivera
25 de julio de 2007

En mi anterior colaboración me referí a la llamada "cultura de la vida", defendida por el Vaticano y la Iglesia católica, tachándola de "tramposa". Explico mi uso del adjetivo.

La primera trampa se basa en una lógica deficiente, pero usual. Si la ideología vaticana es "cultura de la vida", parece que quien se oponga a ella defiende lo opuesto, la "cultura de la muerte". Por supuesto, no existe tal cosa, y lógicamente no tiene sentido (oponerse a un extremo no es defender el extremo contrario: combatir la gordura no es promover la anorexia). Pero el truco funciona: hace pensar que defender la libertad de cada ciudadano para decidir sobre su propio cuerpo es inmoral.

El papa Juan Pablo II es claro: describe la "cultura de la vida" como "la defensa de la vida humana" y aclara, en su encíclica Evangelium vitae, que no sólo prohíbe el asesinato, según el quinto mandamiento, sino que condena la anticoncepción (y la "mentalidad anticonceptiva"), el "delito abominable del aborto", el "drama de la eutanasia" y el "acto gravemente inmoral" del suicidio (entrecomillo citas textuales). Pero Wojtyla va más allá. "Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano... La misma medicina, que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más... a realizar estos actos contra la persona", advierte, y se preocupa de que "amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual". Tramposamente, la "cultura de muerte" se define para que incluya técnicas de manipulación biomédica como clonación terapéutica, investigación con células madre e ingeniería genética, que ofrecen el potencial, cada vez más real, de salvar vidas humanas y evitar mucho sufrimiento.

Por desgracia el Vaticano, en aras de combatir un relativismo "nefasto" y defender dogmas, prefiere reducir lo que debería ser un amplio y profundo debate, en el que es inevitable reconocer que no hay absolutos y que habrá que asumir ciertos riesgos y costos en aras de un bien mayor, a una simple dicotomía entre "bueno" y "malo". Esto, en mi opinión, es pensamiento tramposo. Necesariamente se opone a la visión científica del mundo, que nos ha proporcionado tantos beneficios amplios y concretos.



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Hola. Les comparto la interesante columna de esta semana. Saludos



MILENIO DIARIO
La ciencia por gusto

Cuando nos observan

Martín Bonfil Olivera
1 de agosto de 2007

Cuando, hace poco, una personalidad pública me comentó que iba a leer regularmente esta columna, me sentí incómodo: ¿podría seguir escribiendo con libertad? Decidí ignorar en lo posible tal inquietud, pero me avergoncé un poco por mi inseguridad. Sin embargo, un artículo publicado el 27 de julio en la revista Science ­y comentado en MILENIO Diario ­revela que mi reacción fue de lo más natural.

En él, los investigadores alemanes Manfred Milinski y Bettina Rockenbach resumen distintas investigaciones que revelan que el comportamiento de los animales (peces, aves, mamíferos, humanos...) se altera cuando se saben observados. El comportamiento tiende a volverse menos egoísta ­que sería lo esperable normalmente­ y más altruista cuando algún congénere nos vigila.

Las razones tienen que ver con la "reputación": en muchas especies, el rango social de un individuo se juzga por su comportamiento. Además, ser egoísta puede ser castigado en ciertas comunidades. Por ello, fingir puede ser beneficioso para un individuo. Esto desata una "carrera armamentista" en la que quien observa a los otros intenta no ser visto, para evitar que la conducta se disfrace. El individuo observado, por su parte, intenta descubrir si lo espían, pero finge no haberlo notado, para que el espía piense que está observando un comportamiento natural.

Este juego, comentan los autores, se presenta también en comunidades humanas. Es posible que el solo hecho de tener la mirada de alguien observándonos "así sea en una foto" baste para hacer que nuestro comportamiento sea más altruista. Algo para pensar...

¡Mira!

Carlos Marín se burló ayer, en su columna de Milenio Diario, de que Marcelo Ebrard tome en serio a Al Gore. "Lo del ‘calentamiento global’ ­dice­ se ha convertido en una religión de la que Gore viene a ser el Sumo Sacerdote".

Es cierto: existen todavía escépticos acerca de que el calentamiento sea causado por los gases de invernadero de origen humano; pero ya nadie en la comunidad científica duda de que el calentamiento sea real. Si aplicamos el principio de precaución al usar el cinturón de seguridad o al exigir pruebas de que los alimentos transgénicos son inocuos, debemos aplicarlo ante la posibilidad ­casi certeza­ de que las actividades humanas estén alterando el ambiente.

Es lo más razonable, aunque sea incómodo.



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Échale un ojo a ¡Mira!, el blog de Martín Bonfil Olivera con críticas, quejas, comentarios, fotos y otras cosas inútiles pero que sirven para platicar: http://mirabonfil.blogspot.com/



P.D. de ASIMOV22: Y aquí les posteoelcomentario de Carlos Marín:

http://www.milenio.com/mexico/milenio/f ... ?id=534302
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