COMER COMO UN HELIOGÁBALO
Publicado: Sab Dic 29, 2007 5:20 pm
¿Conocen la expresión “comer como un Heliogábalo”?
Probablemente no la han oído nunca. Y casi que me alegro por ustedes, porque eso indica que no tienen que tratar con gente tan pedante (a parte de mi, claro está).
Pues bien, la citada expresión, que alude a la glotonería, tiene su origen en el emperador romano Heliogábalo (su verdadero nombre era Vario Avito Casiano), cuyos fastuosos banquetes combinaban las exquisiteces culinarias con las orgías más desenfrenadas.
¿Y a cuento de qué viene esta parrafada?
Verán, después de escribir NERÓN Y EL GRAN INCENDIO DE ROMA, recordé la figura de Heliogábalo y no pude evitar establecer una comparación; mientras Nerón (de todos conocido) ha pasado a la historia como un pirómano, criminal, degenerado,… por asesinar cruelmente a algunos cristianos, Heliogábalo es un perfecto desconocido para inmensa mayoría y, en todo caso, un inocente glotón para los que se creen más cultos.
¿Quieren saber quién fue Heliogábalo realmente?
Heliogábalo
Heliogábalo reinó desde el año 218 al 222. Sus antepasados eran sacerdotes hereditarios del dios El-Gabal (Elagábalo, una deidad erótica de los fenicios), con santuario en Emesa (hoy Homs) en Siria. Del nombre de la piedra sagrada de este santuario deriva el nombre que este emperador adoptó.
De niño, honraba ya a este dios y a otros dioses fálicos, interpretando ritos con contenido homosexual. También de manera precoz, fue atormentador de animales y ardiente amante pasivo pederasta.
Según los historiadores, Heliogábalo era notablemente bello y cuando aparecía con su lustroso y largo cabello, ataviado con ricos vestidos femeninos, incluso los hombres se sentían subyugados por su aspecto.
Según narra Elio Lampridio en la Historia Augusta, "representaba en la corte la leyenda de Paris, haciendo él mismo el papel de Venus, de tal manera que, inesperadamente, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía desnudo, de rodillas, con una mano en pecho y otra en los genitales, echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante. Depilaba todo su cuerpo y configuraba además su rostro con la misma figura que a Venus, pues se consideraba capaz de satisfacer la pasión de muchísimas personas."
Una de sus diversiones predilectas era invitar a cenar a los siete hombres más gordos de Roma. Se les sentaba en almohadones llenos de aire que eran pinchados de improviso por unos esclavos, derribando al suelo a los obesos comensales. A otros invitados se les servía comida artificial elaborada con cristal, mármol y marfil. La etiqueta exigía que la comieran.
Cuando se servía auténtica comida, los invitados debían estar preparados para encontrar arañas en la gelatina o excremento de león en la repostería. Quien comía demasiado y se quedaba adormilado podía despertar en una habitación llena de leones, leopardos y osos. Si sobrevivía a la impresión pronto descubría que los animales estaban domesticados.
En cierta ocasión concibió la idea aparentemente placentera de derramar pétalos de rosa sobre los invitadas a una de sus cenas. Pero empleó tal cantidad que algunos de los comensales se asfixiaron.
Heliogábalo era muy aficionado a los animales, y con frecuencia su carroza era tirada por perros, ciervos, leones o tigres. Pero existían las mismas probabilidades de verlo llegar a una ceremonia oficial en una carreta tirada por mujeres desnudas.
Celebró ritos obscenos en honor de su dios ante el Senado Romano, matando animales y muchachos (los niños eran elegidos entre los más nobles y hermosos, cuidando de que sus padres vivieran, con el fin de que la muerte les resultara más dolorosa). Se les cortaba el pene para presentarlo a Elagábalo, y después arrojarlo a una pira.
Puso un particular empeño en que le buscaran a los "onobelos" (hombres con pene de asno), por los lugares más escondidos de toda la ciudad y entre los marineros.
Como otros emperadores romanos anteriores, algunas noches vagaba por las calles de la ciudad disfrazado de mujer, ofreciendo su cuerpo a los desconocidos. A veces, visitaba los burdeles, revelaba su identidad, arrojaba a las prostitutas, y contentaba a los clientes.
Para las ocasiones en que no podía salir, estableció un burdel especial en el palacio donde, ataviado como mujer, estaba en el umbral y solicitaba intercambio sexual con los que pasaban por el corredor.
Al final se enamoró de un esclavo de colosal estatura llamado Hieracles. Entonces, ordenó un casamiento, en el que él sería la mujer que se uniría al esclavo. Acto seguido, tuvo lugar una impresionante escena de desfloración y luna de miel.
Heliogábalo acabó por estar tiranizado por este ardiente gigante, siéndole fiel, de acuerdo con su estado, y efectuando los deberes domésticos así como los eróticos de una buena esposa. Pero fue su grotesca pasión por Hieracles lo que selló su destino.
En el 222 ofreció una fortuna al médico que pudiese operar sus genitales para convertirle por completo en mujer, con la intención de nombrar emperador a Hieracles, convirtiéndose así en emperatriz.
Este plan fue la gota que colmó el vaso. Su propia guardia pretoriana lo asesinó obedeciendo órdenes de su abuela. Ahogado en excrementos en una letrina, su cuerpo fue arrastrado por las calles de Roma y arrojado al Tíber con un peso atado al cuello para que no tuviera sepultura. El excéntrico emperador acababa de cumplir diecisiete años de edad.
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Ahora que conocen la vida de Heliogábalo, recuerden que ha pasado a la historia como glotón. Si alguna vez le dicen que come como un Heliogábalo, no se líe a puñetazos con su interlocutor; él se estará refiriendo a auténtica comida, no a “carne en barra”.
Probablemente no la han oído nunca. Y casi que me alegro por ustedes, porque eso indica que no tienen que tratar con gente tan pedante (a parte de mi, claro está).
Pues bien, la citada expresión, que alude a la glotonería, tiene su origen en el emperador romano Heliogábalo (su verdadero nombre era Vario Avito Casiano), cuyos fastuosos banquetes combinaban las exquisiteces culinarias con las orgías más desenfrenadas.
¿Y a cuento de qué viene esta parrafada?
Verán, después de escribir NERÓN Y EL GRAN INCENDIO DE ROMA, recordé la figura de Heliogábalo y no pude evitar establecer una comparación; mientras Nerón (de todos conocido) ha pasado a la historia como un pirómano, criminal, degenerado,… por asesinar cruelmente a algunos cristianos, Heliogábalo es un perfecto desconocido para inmensa mayoría y, en todo caso, un inocente glotón para los que se creen más cultos.
¿Quieren saber quién fue Heliogábalo realmente?
Heliogábalo
Heliogábalo reinó desde el año 218 al 222. Sus antepasados eran sacerdotes hereditarios del dios El-Gabal (Elagábalo, una deidad erótica de los fenicios), con santuario en Emesa (hoy Homs) en Siria. Del nombre de la piedra sagrada de este santuario deriva el nombre que este emperador adoptó.
De niño, honraba ya a este dios y a otros dioses fálicos, interpretando ritos con contenido homosexual. También de manera precoz, fue atormentador de animales y ardiente amante pasivo pederasta.
Según los historiadores, Heliogábalo era notablemente bello y cuando aparecía con su lustroso y largo cabello, ataviado con ricos vestidos femeninos, incluso los hombres se sentían subyugados por su aspecto.
Según narra Elio Lampridio en la Historia Augusta, "representaba en la corte la leyenda de Paris, haciendo él mismo el papel de Venus, de tal manera que, inesperadamente, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía desnudo, de rodillas, con una mano en pecho y otra en los genitales, echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante. Depilaba todo su cuerpo y configuraba además su rostro con la misma figura que a Venus, pues se consideraba capaz de satisfacer la pasión de muchísimas personas."
Una de sus diversiones predilectas era invitar a cenar a los siete hombres más gordos de Roma. Se les sentaba en almohadones llenos de aire que eran pinchados de improviso por unos esclavos, derribando al suelo a los obesos comensales. A otros invitados se les servía comida artificial elaborada con cristal, mármol y marfil. La etiqueta exigía que la comieran.
Cuando se servía auténtica comida, los invitados debían estar preparados para encontrar arañas en la gelatina o excremento de león en la repostería. Quien comía demasiado y se quedaba adormilado podía despertar en una habitación llena de leones, leopardos y osos. Si sobrevivía a la impresión pronto descubría que los animales estaban domesticados.
En cierta ocasión concibió la idea aparentemente placentera de derramar pétalos de rosa sobre los invitadas a una de sus cenas. Pero empleó tal cantidad que algunos de los comensales se asfixiaron.
Heliogábalo era muy aficionado a los animales, y con frecuencia su carroza era tirada por perros, ciervos, leones o tigres. Pero existían las mismas probabilidades de verlo llegar a una ceremonia oficial en una carreta tirada por mujeres desnudas.
Celebró ritos obscenos en honor de su dios ante el Senado Romano, matando animales y muchachos (los niños eran elegidos entre los más nobles y hermosos, cuidando de que sus padres vivieran, con el fin de que la muerte les resultara más dolorosa). Se les cortaba el pene para presentarlo a Elagábalo, y después arrojarlo a una pira.
Puso un particular empeño en que le buscaran a los "onobelos" (hombres con pene de asno), por los lugares más escondidos de toda la ciudad y entre los marineros.
Como otros emperadores romanos anteriores, algunas noches vagaba por las calles de la ciudad disfrazado de mujer, ofreciendo su cuerpo a los desconocidos. A veces, visitaba los burdeles, revelaba su identidad, arrojaba a las prostitutas, y contentaba a los clientes.
Para las ocasiones en que no podía salir, estableció un burdel especial en el palacio donde, ataviado como mujer, estaba en el umbral y solicitaba intercambio sexual con los que pasaban por el corredor.
Al final se enamoró de un esclavo de colosal estatura llamado Hieracles. Entonces, ordenó un casamiento, en el que él sería la mujer que se uniría al esclavo. Acto seguido, tuvo lugar una impresionante escena de desfloración y luna de miel.
Heliogábalo acabó por estar tiranizado por este ardiente gigante, siéndole fiel, de acuerdo con su estado, y efectuando los deberes domésticos así como los eróticos de una buena esposa. Pero fue su grotesca pasión por Hieracles lo que selló su destino.
En el 222 ofreció una fortuna al médico que pudiese operar sus genitales para convertirle por completo en mujer, con la intención de nombrar emperador a Hieracles, convirtiéndose así en emperatriz.
Este plan fue la gota que colmó el vaso. Su propia guardia pretoriana lo asesinó obedeciendo órdenes de su abuela. Ahogado en excrementos en una letrina, su cuerpo fue arrastrado por las calles de Roma y arrojado al Tíber con un peso atado al cuello para que no tuviera sepultura. El excéntrico emperador acababa de cumplir diecisiete años de edad.
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Ahora que conocen la vida de Heliogábalo, recuerden que ha pasado a la historia como glotón. Si alguna vez le dicen que come como un Heliogábalo, no se líe a puñetazos con su interlocutor; él se estará refiriendo a auténtica comida, no a “carne en barra”.