Arquitectura de la Maldad.
Publicado: Vie Ene 04, 2008 4:31 pm
Un tema para reflexionar de Jorge Zepeda Patterson, a mi me impresionó. Conforme lo voy leyendo me convence cada día más este articulista.
OTROS AMBITOS.
Arquitectura de la maldad.
Por: Jorge Zepeda Patterson.
No es casual que esta novela (“Las Benévolas” de Jonathan Littel) se haya convertido en el libro del año en Europa y recibido el premio Goncourt, máximo galardón literario francés. Relata las memorias de Maximiliam Aue, un funcionario de la SS a quien “le tocó” exterminar y torturar a enemigos políticos del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no se trata de una obra más sobre el Holocausto. Se trata más bien, y de allí la conmoción que este libro ha causado, de la manera en que el ser humano puede cometer las mayores atrocidades en nombre de la fe, el bien común o simplemente por la legítima necesidad de hacer su trabajo de manera correcta y eficiente.
O como el propio autor lo señala en una entrevista al diario “El País”: “ ocurre que muchos chicos y chicas de cualquier Estado americano eligen marcharse a Irak a torturar gente. Éticamente están muy confundidos, está claro. Pero se puede entender esta confusión cuando existen juristas que en ese país legitiman la tortura ¿qué puedes esperar? Cuando se les da una formación militar con arreglo a eso, ¿qué esperas? No puedes esperar que alguien no te torture porque sea un buen tipo y se apiade, debes exigir que nadie torture a nadie, sencillamente porque existen leyes que lo prohíben y que eso se castigue ”.
La verdadera maldad no se encuentra en el comportamiento de los sicópatas, sino, en la aceptación activa del hombre común y corriente que se convierte en una maquina trituradora de otros hombres. Así lo explica el propio torturador:” en el programa de exterminio de los enfermos, seleccionados mediante disposiciones legales, los recibían en un edificio unas enfermeras profesionales que registraban la entrada y los desnudaban; unos médicos los examinaban y los llevaban a un cuarto cerrado; un operario abría el gas; otros, limpiaban; un policía extendía el certificado de defunción. Cuando después de la guerra, interrogaron a esas personas, todas dijeron: ¿Culpable yo?.La enfermera no mató a nadie, se limitó a desnudar y a tranquilizar a unos enfermos, gestos habituales en su profesión. El médico tampoco mató a nadie; sencillamente confirmó un diagnóstico, ateniéndose a criterios fijados por otras instancias. El peón que habré la llave del gas, esa persona que es, pues, la que se halla más próxima en el tiempo y en el espacio al asesinato, realiza una operación técnica bajo la supervisión de su superiores y de los médicos.¿Quién es culpable, pues?¿Todos o nadie?¿Por qué iba a ser más culpable el operario encargado de las calderas, el jardín o los vehículos? ”.
Esto es valido incluso para el soldado que dispara en la sien de otro hombre. El condenado fue puesto ahí por otros hombres. El que aprieta el gatillo no es más que el último eslabón de la cadena de quien se espera no se haga más preguntas.” Como la mayor parte de la gente, no pedí convertirme en asesino. Si hubiera estado en mi mano, me habría dedicado a la literatura”, concluye el oficial nazi.
Ciertamente hay sicópatas en la guerra que se solazan con la crueldad. Pero las atrocidades masivas son cometidas por hombres y mujeres que siguen haciendo en la guerra lo mismo que hacían en tiempos de paz: obedecer órdenes.” Los hombres corrientes que forman el Estado son el auténtico peligro. El auténtico peligro para el hombre soy yo, y sois vosotros”, dice el personaje.
Él no escogió estar allí de la misma forma que la víctima tampoco lo hizo, argumenta el torturador. ¿De veras?¿No hay elección?¿Lo único que nos separa de convertirnos en un asesino –peor aún en un torturador- son las circunstancias? Creer eso y aceptarlo es la verdadera maldad, y esa es en el fondo, la tesis de este libro terrible y desesperanzador.
Cientos de miles de iraquíes inocentes han muerto “por culpa de nadie”. Ellos no participaron en el ataque de las torres de Nueva York y la mayoría no habían tenido alguna relación con norteamericanos como los que oprimieron el gatillo que cegó sus vidas. No es el “culpable” el académico neoconservador que en calidad de asesor impulsó la tesis del “castigo preventivo contra los enemigos de Norteamérica”, ni el presidente reconvertido al evangelio urgido en dar un golpe por razones de Estado, ni el general eficiente que optimiza el número de víctimas. Y desde luego tampoco es culpable el soldado que dispara a un turbante amenazador. Ni el oficial que “interroga” prisioneros, convencido que la información que arranque salvará vidas de compatriotas. Todos “hacen” su deber. Sólo son personas cumpliendo con su trabajo, es decir, desencadenando el mal, de manera sistemática, atroz y devastadora.
Es exactamente el mismo mecanismo que permite la reproducción de la corrupción o la injusticia en México. Eso es lo que lleva a muchas personas a dormir con tranquilidad a pesar de trabajar en juzgados y prisiones en Chiapas que han condenado a chivos expiatorios por la matanza de Acteal; o lo que conduce a ministras de la Suprema Corte como Olga Sánchez Cordero a votar a favor del “góber precioso” y su procuradora, a pesar de que eso abrirá la impunidad de otros gobernadores para torturar y victimizar. La verdadera maldad no reside en el pederasta que atormenta a menores, el funcionario que urde corruptelas o el judicial que secuestra a personas en sus ratos libres. El corazón del mal consiste en creer que eso no tiene que ver con nosotros, y que, cuando lo tiene, creer que el hecho de obedecer órdenes nos exime de toda responsabilidad. El verdadero mal consiste en vivir de rodillas. www.jorgezepeda.net.
Está es precisamente la tesis que sostengo en las discusiones con mis queridos amigos a los que he ofendido en demasía por no saberme explicar. La maldad puede tener muchos motivos, causas, razones o excusas; pero su origen es la naturaleza humana, y de ahí lo peligroso de las tesis de cualquier fundamentalista dogmático como Richard Dawkins, y la importancia de lo inalienable que son los derechos humanos. Hasta que se comprenda que los derechos individuales y colectivos del hombre están por encima de la fe, el bien común, la patria, el estado, la religión, la política izquierda, la política de derecha, la economía, el dinero y las miles y miles de ideas, costumbres, tradiciones y prácticas culturales. Entonces y sólo entonces; el hombre podrá decir que es civilizado y no porque alguna o todas de esas ideas desaparezcan, ya que entre esos derechos está el uso disfrutable o sufrible de todo lo anterior, pero mientras no entendamos que los derechos humanos son sagrados y que ninguna idea esta por encima de ellos, seguiremos siendo peones de la maldad.
OTROS AMBITOS.
Arquitectura de la maldad.
Por: Jorge Zepeda Patterson.
No es casual que esta novela (“Las Benévolas” de Jonathan Littel) se haya convertido en el libro del año en Europa y recibido el premio Goncourt, máximo galardón literario francés. Relata las memorias de Maximiliam Aue, un funcionario de la SS a quien “le tocó” exterminar y torturar a enemigos políticos del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no se trata de una obra más sobre el Holocausto. Se trata más bien, y de allí la conmoción que este libro ha causado, de la manera en que el ser humano puede cometer las mayores atrocidades en nombre de la fe, el bien común o simplemente por la legítima necesidad de hacer su trabajo de manera correcta y eficiente.
O como el propio autor lo señala en una entrevista al diario “El País”: “ ocurre que muchos chicos y chicas de cualquier Estado americano eligen marcharse a Irak a torturar gente. Éticamente están muy confundidos, está claro. Pero se puede entender esta confusión cuando existen juristas que en ese país legitiman la tortura ¿qué puedes esperar? Cuando se les da una formación militar con arreglo a eso, ¿qué esperas? No puedes esperar que alguien no te torture porque sea un buen tipo y se apiade, debes exigir que nadie torture a nadie, sencillamente porque existen leyes que lo prohíben y que eso se castigue ”.
La verdadera maldad no se encuentra en el comportamiento de los sicópatas, sino, en la aceptación activa del hombre común y corriente que se convierte en una maquina trituradora de otros hombres. Así lo explica el propio torturador:” en el programa de exterminio de los enfermos, seleccionados mediante disposiciones legales, los recibían en un edificio unas enfermeras profesionales que registraban la entrada y los desnudaban; unos médicos los examinaban y los llevaban a un cuarto cerrado; un operario abría el gas; otros, limpiaban; un policía extendía el certificado de defunción. Cuando después de la guerra, interrogaron a esas personas, todas dijeron: ¿Culpable yo?.La enfermera no mató a nadie, se limitó a desnudar y a tranquilizar a unos enfermos, gestos habituales en su profesión. El médico tampoco mató a nadie; sencillamente confirmó un diagnóstico, ateniéndose a criterios fijados por otras instancias. El peón que habré la llave del gas, esa persona que es, pues, la que se halla más próxima en el tiempo y en el espacio al asesinato, realiza una operación técnica bajo la supervisión de su superiores y de los médicos.¿Quién es culpable, pues?¿Todos o nadie?¿Por qué iba a ser más culpable el operario encargado de las calderas, el jardín o los vehículos? ”.
Esto es valido incluso para el soldado que dispara en la sien de otro hombre. El condenado fue puesto ahí por otros hombres. El que aprieta el gatillo no es más que el último eslabón de la cadena de quien se espera no se haga más preguntas.” Como la mayor parte de la gente, no pedí convertirme en asesino. Si hubiera estado en mi mano, me habría dedicado a la literatura”, concluye el oficial nazi.
Ciertamente hay sicópatas en la guerra que se solazan con la crueldad. Pero las atrocidades masivas son cometidas por hombres y mujeres que siguen haciendo en la guerra lo mismo que hacían en tiempos de paz: obedecer órdenes.” Los hombres corrientes que forman el Estado son el auténtico peligro. El auténtico peligro para el hombre soy yo, y sois vosotros”, dice el personaje.
Él no escogió estar allí de la misma forma que la víctima tampoco lo hizo, argumenta el torturador. ¿De veras?¿No hay elección?¿Lo único que nos separa de convertirnos en un asesino –peor aún en un torturador- son las circunstancias? Creer eso y aceptarlo es la verdadera maldad, y esa es en el fondo, la tesis de este libro terrible y desesperanzador.
Cientos de miles de iraquíes inocentes han muerto “por culpa de nadie”. Ellos no participaron en el ataque de las torres de Nueva York y la mayoría no habían tenido alguna relación con norteamericanos como los que oprimieron el gatillo que cegó sus vidas. No es el “culpable” el académico neoconservador que en calidad de asesor impulsó la tesis del “castigo preventivo contra los enemigos de Norteamérica”, ni el presidente reconvertido al evangelio urgido en dar un golpe por razones de Estado, ni el general eficiente que optimiza el número de víctimas. Y desde luego tampoco es culpable el soldado que dispara a un turbante amenazador. Ni el oficial que “interroga” prisioneros, convencido que la información que arranque salvará vidas de compatriotas. Todos “hacen” su deber. Sólo son personas cumpliendo con su trabajo, es decir, desencadenando el mal, de manera sistemática, atroz y devastadora.
Es exactamente el mismo mecanismo que permite la reproducción de la corrupción o la injusticia en México. Eso es lo que lleva a muchas personas a dormir con tranquilidad a pesar de trabajar en juzgados y prisiones en Chiapas que han condenado a chivos expiatorios por la matanza de Acteal; o lo que conduce a ministras de la Suprema Corte como Olga Sánchez Cordero a votar a favor del “góber precioso” y su procuradora, a pesar de que eso abrirá la impunidad de otros gobernadores para torturar y victimizar. La verdadera maldad no reside en el pederasta que atormenta a menores, el funcionario que urde corruptelas o el judicial que secuestra a personas en sus ratos libres. El corazón del mal consiste en creer que eso no tiene que ver con nosotros, y que, cuando lo tiene, creer que el hecho de obedecer órdenes nos exime de toda responsabilidad. El verdadero mal consiste en vivir de rodillas. www.jorgezepeda.net.
Está es precisamente la tesis que sostengo en las discusiones con mis queridos amigos a los que he ofendido en demasía por no saberme explicar. La maldad puede tener muchos motivos, causas, razones o excusas; pero su origen es la naturaleza humana, y de ahí lo peligroso de las tesis de cualquier fundamentalista dogmático como Richard Dawkins, y la importancia de lo inalienable que son los derechos humanos. Hasta que se comprenda que los derechos individuales y colectivos del hombre están por encima de la fe, el bien común, la patria, el estado, la religión, la política izquierda, la política de derecha, la economía, el dinero y las miles y miles de ideas, costumbres, tradiciones y prácticas culturales. Entonces y sólo entonces; el hombre podrá decir que es civilizado y no porque alguna o todas de esas ideas desaparezcan, ya que entre esos derechos está el uso disfrutable o sufrible de todo lo anterior, pero mientras no entendamos que los derechos humanos son sagrados y que ninguna idea esta por encima de ellos, seguiremos siendo peones de la maldad.