El aborto y el Dios de la vida
Publicado: Jue Abr 05, 2007 1:35 pm
Dos intersantes articuos del periodico mexicano La Jornada
Bernardo Barranco V.
El aborto y el Dios de la vida
Lamentablemente el debate sobre el aborto ha arrojado mayores intransigencias. Está entrampado; más que razones y argumentaciones, reinan las descalificaciones y las amenazas. Conclusión: todos somos asesinos, los que están en favor de la despenalización se llenan de sangre y cometen crímenes contra seres inocentes. Los antiabortistas, por su parte, propician la muerte de miles de mujeres pobres que practican el aborto clandestino. Los grupos conservadores no dan opciones porque bloquean una educación sexual más profunda y se oponen a la utilización de la mayoría de los métodos anticonceptivos. Los partidarios de la despenalización también tienen que ir más allá de las grotescas caricaturizaciones de los mochos o de la fachosa embestida clerical.
Nadie desea el aborto, es una medida extrema que deja secuelas; sin embargo, el aborto legal o ilegal existe y es un verdadero problema de salud pública que el Estado mexicano tiene la obligación de afrontar, así sean las 88 mujeres que mueren al año, como señaló sin descaro alguno, el secretario de Salud, José Angel Córdova Villalobos, cifra, por cierto, muy por debajo de todas las aportadas hasta el momento.
Existe igualmente una polémica equívoca sobre la "cultura de la vida" o estar "a favor de la vida" que reduce una expresión tan fuerte y profunda en la tradición cristiana al debate sobre la eutanasia y la interrupción voluntaria del embarazo no deseado. Se empobrece, pues. A fines de la década de los 70, la teología en la Iglesia católica aborda el tema de la vida en dos vertientes. La primera se da en América Latina y responde a un nuevo momento de la entonces jubilosa teología de la liberación que iniciaba una reflexión más profunda sobre la espiritualidad desde el compromiso social; la otra vertiente sobre la cultura de la vida es estimulada por los nacientes grupos Provida, tanto en Estados Unidos como en México. Mientras la matriz latinoamericana afirmaba la confrontación de los cristianos frente a la injusticia en el otro polo, la teología conservadora se confrontaba con los valores seculares de las sociedades industrializadas.
El Dios de la vida en nuestro continente era una respuesta a las realidades de opresión y martirio que se experimentaban bajo las dictaduras militares. "Todo lo que sea hoy en América Latina -relataba Gustavo Gutiérrez-, dar vida a un pueblo que muere de hambre y que es asesinado por las balas, eso es dar testimonio de la Resurrección. Dar vida quiere decir toda la vida: dar pan al pobre, ayudar a la organización de un pueblo, luchar por sus derechos, atender la salud de los marginados, predicar, perdonar al hermano, orar, celebrar la eucaristía, entregar la propia vida" (El Dios de la vida, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981, pagína 88).
En suma, el debate en torno al aborto y la cultura de la vida está empobrecido por los propios actores clericales que llegan al extremo del chantaje, la amenaza, la culpabilización y extorsión moral de la sociedad. En pleno uso de su libertad religiosa la jerarquía defiende su posición sin haber articulado un planteamiento consistente, dejando a un lado la intimidación de la excomunión. En el fondo es la disputa de México consigo mismo, más que la discusión entre tradición y modernidad; el debate sobre el aborto exhibe las dificultades farragosas para alcanzar acuerdos. Estamos, pues, ante un debate sin salidas que coloca a líderes, instituciones y actores involucrados entre las disyuntivas del diálogo o la intransigencia.
El año pasado sostuvimos que el episcopado se estaba reorganizando para librar batallas por el tutelaje de los valores morales y éticos de la sociedad. La presente coyuntura de la despenalización, propuesta en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, lo ha tomado por sorpresa. Aun así, monseñor Carlos Aguiar Retes jugó con la descabellada idea de proponer un referendo, iniciativa peligrosa porque la mayor parte de las encuestas de opinión dan una cerrada diferencia; tiene la Iglesia, por tanto, altas probabilidades de perderlo. Imaginemos el costo social que esto tendría para la jerarquía: desconocer un fallo ciudadano propuesto por ella misma, ¡desacato por cuestiones de principios doctrinales y de disciplina!
La pérdida de los valores ha sido exaltada en repetidas ocasiones por la Iglesia. Pero no olvidemos que todo discurso ético-religioso es, en el fondo, una representación de un orden social deseado, o interpretado por la institución mediante la doctrina, la tradición y la identidad. La discusión sobre el aborto también expresa una disputa por un orden societal y se confrontan concepciones de la historia. Este orden moral ha chocado frontalmente con la modernidad secular, por lo menos desde el siglo XVII. Si la modernidad secular y sus nuevas instituciones laicas habían creado una contra-Iglesia los católicos siempre han aspirado a construir una contra-sociedad católica alternativa.
En nuestra historia la confrontación del factor religioso y del político ha sido muy costoso: ha generado fanatismos y antagonismos que han devastado los tejidos y las instituciones de la sociedad, como las guerras fratricidas de mediados del siglo XIX o la guerra cristera del pasado siglo XX. El país está actualmente frágil, la circunstancia poselectoral lo ha colocado ante escenarios de quebrantamiento; por ello, debates antagonizados, donde todos los actores se cierren, conlleva peligros.
No se debe perder el horizonte, las transformaciones culturales del México contemporáneo bajo la modernización del país trae como consecuencias cambios no sólo en el comportamiento y las prácticas sociales, sino en la manera de entender el mundo. Nuevas lógicas y sentidos comunes emergen lentamente en nuestra sociedad mientras otras, entre ellas muchas concepciones, cuyo origen es religioso y tradicional, pierden vigencia o se recrean. Se pasa de contextos en que las creencias religiosas formaban parte de los supuestos culturales totalizantes donde los valores cristianos ejercían el monopolio del sentido a un nuevo momento cultural en el que estas mismas significaciones conviven con otras. Dicho de otra manera las verdades reveladas por Dios indicaban las normas de conducta e imponían un conjunto de prácticas que orientaban a la sociedad y a las personas a un modelo social. Bien haría la Iglesia en repensar en el Dios de la vida que articule el compromiso social con las transformaciones culturales.
El aborto y la Iglesia
Si Dios es el camino y la verdad y la vida, como dijo el galileo, ¿por qué los líderes que invocan su nombre no siguen puntualmente sus pasos y mienten y apuestan por la muerte? Se imagina a Jesús, el Cristo, jugando golf con prestamistas, echándose un tequila con Cayo César Augusto Germánico -Calígula-, recibiendo a narcos, excomulgando paupérrimas mujeres que abortan, bendiciendo un local de Domino's pizza afuera del templo, quemando miles de condones en Africa, el continente más consumido por el sida?
Ahora que la transparencia es una exigencia en las sociedades democráticas, ¿por qué no pedirle cuentas al alto clero de la Iglesia católica? Porque sus errores, cuestan vidas. La Iglesia tardó medio siglo en pedir perdón al pueblo judío por no condenar a tiempo el Holocausto y varios cientos de años para que aceptaran las verdades de Copérnico y Galileo. Y, a pesar de ello, insisten socarronamente en querer canonizar a Isabel la Católica, madre de la Inquisición, y niegan autoridad a la ciencia de manera sistemática repartiendo excomuniones y discursos sandios.
Hace 50 años nos mintió la jerarquía católica diciendo que la píldora anticonceptiva causaba cáncer, que tenían pruebas científicas. Y en contraparte nunca condenaron con fervor militante al tabaco, que sí causa cáncer, o a los fabricantes de pesticidas, cuyos productos hacen nacer niños sin cerebro o sin brazos.
¿Y qué decir de su política infame sobre el uso del condón? Nos mintieron y nos siguen mintiendo cuando dicen que el virus del sida atraviesa el látex de los condones y que el único control contra la propagación del sida es la abstinencia. Nos mienten porque el virus no atraviesa el látex y porque la abstinencia falla. Pero, ¿ese clero chato de veras practica la abstinencia, cumple lo que enseña? Las evidencias nos dicen que no y, por desgracia, no de la mejor manera: allí están las monjas emparedadas con todo y niños en los conventos, los clásicos ''sobrinos" de los sacerdotes de pueblo, los curas ejecutados en hoteles lumpen por su pareja ocasional comprada por unos pesos o los líderes católicos acusados judicialmente por sus prácticas pederastas.
Ya ni los más fervientes católicos creen en sus líderes ni en la institución eclesiástica: en los años recientes disminuyó 20.9 por ciento la incorporación de nuevas monjas y 3.7 por ciento de sacerdotes y, países notoriamente católicos, como Brasil, pierde al año medio millón de fieles.
El caso de México también es elocuente: la llamada píldora del día siguiente se incorporó al sistema de salud pública después de levantarse una encuesta entre mujeres católicas en la que más de 70 por ciento aceptó su uso. No es extraño ese caso: las prácticas sexuales de 85 por ciento de los jóvenes católicos contradicen las regulaciones formales de la Iglesia.
Pero, ¿cuál es el Evangelio que invocan quienes se oponen a que las mujeres aborten de manera voluntaria? El aborto en nuestra sociedad es una práctica común. Un recurso para corregir más que un método anticonceptivo. Y prohibirlo no erradica su práctica: en la España católica de Franco existían líneas aéreas que, todos los días, hacían vuelos nocturnos a Inglaterra para que las niñas bien de la sociedad española abortaran. La prohibición efectiva era, claro, como siempre, para las pobres, para las que no podían pagar un boleto de avión ni una clínica londinense. (Aqui en México es igual, van a EE UU a abortar los que tienen dinero Nota de Roberto)
¿Cuántos años tendrán que pasar para que el alto clero católico reconozca sus errores sobre el uso del condón y la práctica del aborto? ¿Cuántos deberán morir infectados de sida, cuántas mujeres por practicarse abortos insalubres, cuántas por contraer el virus del papiloma humano causante del cáncer? Existen en el mundo 40 millones de personas infectadas de sida y por esa enfermedad fallecen al año 3 millones. La adolescente Paulina, obligada a tener un hijo de su violador logró, varios años después, y por instrucciones de la Organización de las Naciones Unidas, que el gobierno de Baja California la apoyara para hacerse de una fuente de trabajo como reparación por la negligencia del aparato de salud que se negó a practicarle un aborto al que legalmente tenía derecho. Varias voces le sugirieron a la niña que se casara con el violador. Voces similares a la del ex secretario de Gobernación Carlos Abascal, quien pide a las mujeres denunciar a los violadores ''antes de ser violadas", como consta en un documento que repartió desde su oficina. Estas buenas conciencias, ¿aceptarían que sus hijas gestaran y parieran al hijo de sus violadores?
El padre de la mentira, según Juan el apóstol, es Satanás, y por ello sus oficiantes arderán en un lago de fuego después del juicio final. Seguramente algunos creyentes de la escritura desearán ese futuro para los mentirosos. Mi esperanza es más modesta y sólo terrenal: me gustaría que esa Iglesia de hierro rindiera cuentas a la sociedad a la que se debe. Que dijera a cuánto ascienden los diezmos y limosnas que recibe, en qué los aplica, cómo se concursa para fabricar la tiara de oro de los pontífices, cuánto gastan en comidas y viajes y cuánto invierten en educación y salud para los pobres y para los más pobres de los pobres que invariablemente son mujeres.
En el siglo XVI la Iglesia católica excomulgó al monje agustino Martín Lutero por traducir la Biblia y fomentar la lectura. Ahora los monaguillos del episcopado reparten panfletos en la calle para expresar su ''verdad" sobre el aborto. Tardaron varios siglos en rectificar, en valerse de la palabra impresa e invitar a la lectura aunque sea en panfletos con faltas de sintaxis. En valerse de los recursos de un excomulgado. Quizá en 200 años más otros monaguillos repartirán condones y ofrecerán en los dispensarios médicos abortos gratuitos y practicados con la mejor tecnología para acercarse nuevos feligreses. ¿Por qué no imaginarlo? Condenaban la incineración y ahora venden condominios de urnas en los templos para albergar a nuestros muertos. ¿Por qué no dejar que las mujeres decidan sobre su propio cuerpo? Estoy seguro que no abortarán como método anticonceptivo por ser doloroso y caro, sino para apostar por la vida; para seguir viviendo.
Bernardo Barranco V.
El aborto y el Dios de la vida
Lamentablemente el debate sobre el aborto ha arrojado mayores intransigencias. Está entrampado; más que razones y argumentaciones, reinan las descalificaciones y las amenazas. Conclusión: todos somos asesinos, los que están en favor de la despenalización se llenan de sangre y cometen crímenes contra seres inocentes. Los antiabortistas, por su parte, propician la muerte de miles de mujeres pobres que practican el aborto clandestino. Los grupos conservadores no dan opciones porque bloquean una educación sexual más profunda y se oponen a la utilización de la mayoría de los métodos anticonceptivos. Los partidarios de la despenalización también tienen que ir más allá de las grotescas caricaturizaciones de los mochos o de la fachosa embestida clerical.
Nadie desea el aborto, es una medida extrema que deja secuelas; sin embargo, el aborto legal o ilegal existe y es un verdadero problema de salud pública que el Estado mexicano tiene la obligación de afrontar, así sean las 88 mujeres que mueren al año, como señaló sin descaro alguno, el secretario de Salud, José Angel Córdova Villalobos, cifra, por cierto, muy por debajo de todas las aportadas hasta el momento.
Existe igualmente una polémica equívoca sobre la "cultura de la vida" o estar "a favor de la vida" que reduce una expresión tan fuerte y profunda en la tradición cristiana al debate sobre la eutanasia y la interrupción voluntaria del embarazo no deseado. Se empobrece, pues. A fines de la década de los 70, la teología en la Iglesia católica aborda el tema de la vida en dos vertientes. La primera se da en América Latina y responde a un nuevo momento de la entonces jubilosa teología de la liberación que iniciaba una reflexión más profunda sobre la espiritualidad desde el compromiso social; la otra vertiente sobre la cultura de la vida es estimulada por los nacientes grupos Provida, tanto en Estados Unidos como en México. Mientras la matriz latinoamericana afirmaba la confrontación de los cristianos frente a la injusticia en el otro polo, la teología conservadora se confrontaba con los valores seculares de las sociedades industrializadas.
El Dios de la vida en nuestro continente era una respuesta a las realidades de opresión y martirio que se experimentaban bajo las dictaduras militares. "Todo lo que sea hoy en América Latina -relataba Gustavo Gutiérrez-, dar vida a un pueblo que muere de hambre y que es asesinado por las balas, eso es dar testimonio de la Resurrección. Dar vida quiere decir toda la vida: dar pan al pobre, ayudar a la organización de un pueblo, luchar por sus derechos, atender la salud de los marginados, predicar, perdonar al hermano, orar, celebrar la eucaristía, entregar la propia vida" (El Dios de la vida, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981, pagína 88).
En suma, el debate en torno al aborto y la cultura de la vida está empobrecido por los propios actores clericales que llegan al extremo del chantaje, la amenaza, la culpabilización y extorsión moral de la sociedad. En pleno uso de su libertad religiosa la jerarquía defiende su posición sin haber articulado un planteamiento consistente, dejando a un lado la intimidación de la excomunión. En el fondo es la disputa de México consigo mismo, más que la discusión entre tradición y modernidad; el debate sobre el aborto exhibe las dificultades farragosas para alcanzar acuerdos. Estamos, pues, ante un debate sin salidas que coloca a líderes, instituciones y actores involucrados entre las disyuntivas del diálogo o la intransigencia.
El año pasado sostuvimos que el episcopado se estaba reorganizando para librar batallas por el tutelaje de los valores morales y éticos de la sociedad. La presente coyuntura de la despenalización, propuesta en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, lo ha tomado por sorpresa. Aun así, monseñor Carlos Aguiar Retes jugó con la descabellada idea de proponer un referendo, iniciativa peligrosa porque la mayor parte de las encuestas de opinión dan una cerrada diferencia; tiene la Iglesia, por tanto, altas probabilidades de perderlo. Imaginemos el costo social que esto tendría para la jerarquía: desconocer un fallo ciudadano propuesto por ella misma, ¡desacato por cuestiones de principios doctrinales y de disciplina!
La pérdida de los valores ha sido exaltada en repetidas ocasiones por la Iglesia. Pero no olvidemos que todo discurso ético-religioso es, en el fondo, una representación de un orden social deseado, o interpretado por la institución mediante la doctrina, la tradición y la identidad. La discusión sobre el aborto también expresa una disputa por un orden societal y se confrontan concepciones de la historia. Este orden moral ha chocado frontalmente con la modernidad secular, por lo menos desde el siglo XVII. Si la modernidad secular y sus nuevas instituciones laicas habían creado una contra-Iglesia los católicos siempre han aspirado a construir una contra-sociedad católica alternativa.
En nuestra historia la confrontación del factor religioso y del político ha sido muy costoso: ha generado fanatismos y antagonismos que han devastado los tejidos y las instituciones de la sociedad, como las guerras fratricidas de mediados del siglo XIX o la guerra cristera del pasado siglo XX. El país está actualmente frágil, la circunstancia poselectoral lo ha colocado ante escenarios de quebrantamiento; por ello, debates antagonizados, donde todos los actores se cierren, conlleva peligros.
No se debe perder el horizonte, las transformaciones culturales del México contemporáneo bajo la modernización del país trae como consecuencias cambios no sólo en el comportamiento y las prácticas sociales, sino en la manera de entender el mundo. Nuevas lógicas y sentidos comunes emergen lentamente en nuestra sociedad mientras otras, entre ellas muchas concepciones, cuyo origen es religioso y tradicional, pierden vigencia o se recrean. Se pasa de contextos en que las creencias religiosas formaban parte de los supuestos culturales totalizantes donde los valores cristianos ejercían el monopolio del sentido a un nuevo momento cultural en el que estas mismas significaciones conviven con otras. Dicho de otra manera las verdades reveladas por Dios indicaban las normas de conducta e imponían un conjunto de prácticas que orientaban a la sociedad y a las personas a un modelo social. Bien haría la Iglesia en repensar en el Dios de la vida que articule el compromiso social con las transformaciones culturales.
El aborto y la Iglesia
Si Dios es el camino y la verdad y la vida, como dijo el galileo, ¿por qué los líderes que invocan su nombre no siguen puntualmente sus pasos y mienten y apuestan por la muerte? Se imagina a Jesús, el Cristo, jugando golf con prestamistas, echándose un tequila con Cayo César Augusto Germánico -Calígula-, recibiendo a narcos, excomulgando paupérrimas mujeres que abortan, bendiciendo un local de Domino's pizza afuera del templo, quemando miles de condones en Africa, el continente más consumido por el sida?
Ahora que la transparencia es una exigencia en las sociedades democráticas, ¿por qué no pedirle cuentas al alto clero de la Iglesia católica? Porque sus errores, cuestan vidas. La Iglesia tardó medio siglo en pedir perdón al pueblo judío por no condenar a tiempo el Holocausto y varios cientos de años para que aceptaran las verdades de Copérnico y Galileo. Y, a pesar de ello, insisten socarronamente en querer canonizar a Isabel la Católica, madre de la Inquisición, y niegan autoridad a la ciencia de manera sistemática repartiendo excomuniones y discursos sandios.
Hace 50 años nos mintió la jerarquía católica diciendo que la píldora anticonceptiva causaba cáncer, que tenían pruebas científicas. Y en contraparte nunca condenaron con fervor militante al tabaco, que sí causa cáncer, o a los fabricantes de pesticidas, cuyos productos hacen nacer niños sin cerebro o sin brazos.
¿Y qué decir de su política infame sobre el uso del condón? Nos mintieron y nos siguen mintiendo cuando dicen que el virus del sida atraviesa el látex de los condones y que el único control contra la propagación del sida es la abstinencia. Nos mienten porque el virus no atraviesa el látex y porque la abstinencia falla. Pero, ¿ese clero chato de veras practica la abstinencia, cumple lo que enseña? Las evidencias nos dicen que no y, por desgracia, no de la mejor manera: allí están las monjas emparedadas con todo y niños en los conventos, los clásicos ''sobrinos" de los sacerdotes de pueblo, los curas ejecutados en hoteles lumpen por su pareja ocasional comprada por unos pesos o los líderes católicos acusados judicialmente por sus prácticas pederastas.
Ya ni los más fervientes católicos creen en sus líderes ni en la institución eclesiástica: en los años recientes disminuyó 20.9 por ciento la incorporación de nuevas monjas y 3.7 por ciento de sacerdotes y, países notoriamente católicos, como Brasil, pierde al año medio millón de fieles.
El caso de México también es elocuente: la llamada píldora del día siguiente se incorporó al sistema de salud pública después de levantarse una encuesta entre mujeres católicas en la que más de 70 por ciento aceptó su uso. No es extraño ese caso: las prácticas sexuales de 85 por ciento de los jóvenes católicos contradicen las regulaciones formales de la Iglesia.
Pero, ¿cuál es el Evangelio que invocan quienes se oponen a que las mujeres aborten de manera voluntaria? El aborto en nuestra sociedad es una práctica común. Un recurso para corregir más que un método anticonceptivo. Y prohibirlo no erradica su práctica: en la España católica de Franco existían líneas aéreas que, todos los días, hacían vuelos nocturnos a Inglaterra para que las niñas bien de la sociedad española abortaran. La prohibición efectiva era, claro, como siempre, para las pobres, para las que no podían pagar un boleto de avión ni una clínica londinense. (Aqui en México es igual, van a EE UU a abortar los que tienen dinero Nota de Roberto)
¿Cuántos años tendrán que pasar para que el alto clero católico reconozca sus errores sobre el uso del condón y la práctica del aborto? ¿Cuántos deberán morir infectados de sida, cuántas mujeres por practicarse abortos insalubres, cuántas por contraer el virus del papiloma humano causante del cáncer? Existen en el mundo 40 millones de personas infectadas de sida y por esa enfermedad fallecen al año 3 millones. La adolescente Paulina, obligada a tener un hijo de su violador logró, varios años después, y por instrucciones de la Organización de las Naciones Unidas, que el gobierno de Baja California la apoyara para hacerse de una fuente de trabajo como reparación por la negligencia del aparato de salud que se negó a practicarle un aborto al que legalmente tenía derecho. Varias voces le sugirieron a la niña que se casara con el violador. Voces similares a la del ex secretario de Gobernación Carlos Abascal, quien pide a las mujeres denunciar a los violadores ''antes de ser violadas", como consta en un documento que repartió desde su oficina. Estas buenas conciencias, ¿aceptarían que sus hijas gestaran y parieran al hijo de sus violadores?
El padre de la mentira, según Juan el apóstol, es Satanás, y por ello sus oficiantes arderán en un lago de fuego después del juicio final. Seguramente algunos creyentes de la escritura desearán ese futuro para los mentirosos. Mi esperanza es más modesta y sólo terrenal: me gustaría que esa Iglesia de hierro rindiera cuentas a la sociedad a la que se debe. Que dijera a cuánto ascienden los diezmos y limosnas que recibe, en qué los aplica, cómo se concursa para fabricar la tiara de oro de los pontífices, cuánto gastan en comidas y viajes y cuánto invierten en educación y salud para los pobres y para los más pobres de los pobres que invariablemente son mujeres.
En el siglo XVI la Iglesia católica excomulgó al monje agustino Martín Lutero por traducir la Biblia y fomentar la lectura. Ahora los monaguillos del episcopado reparten panfletos en la calle para expresar su ''verdad" sobre el aborto. Tardaron varios siglos en rectificar, en valerse de la palabra impresa e invitar a la lectura aunque sea en panfletos con faltas de sintaxis. En valerse de los recursos de un excomulgado. Quizá en 200 años más otros monaguillos repartirán condones y ofrecerán en los dispensarios médicos abortos gratuitos y practicados con la mejor tecnología para acercarse nuevos feligreses. ¿Por qué no imaginarlo? Condenaban la incineración y ahora venden condominios de urnas en los templos para albergar a nuestros muertos. ¿Por qué no dejar que las mujeres decidan sobre su propio cuerpo? Estoy seguro que no abortarán como método anticonceptivo por ser doloroso y caro, sino para apostar por la vida; para seguir viviendo.